Hécate (parte 1)

 (William Blake, 1795)
La separación de mis padres fue una realidad dolorosa que me tocó asumir cuando estaba bastante pequeña. Fue la primera dicotomía del amor que experimenté conscientemente y a pesar de ello no fui capaz de entender, en ese entonces y por mucho tiempo, a mi madre.

Digo dicotomía porque el amor idílico que yo sentía por mi padre era tan fuerte que pensar en su ausencia y desamparo me abrumaba, no obstante, sus peleas con mi madre eran tan agresivas que aún imaginando el peso de su abandono llegué al punto de decirme a mí misma "es mejor que se vaya" y así fue.
Sin embargo, conociendo ese sentimiento me era imposible comprender como mi madre no podía aceptar esa separación. ¡Cuánta arrogancia (o inexperiencia) de mi parte creer que es fácil desprenderse del que se ama aún cuando este te hace daño!

Para esas épocas entré a la adolescencia con una figura paterna semiausente que se manifestaba a través de un beso cada mañana de saludo (porque mi padre era el rector del colegio donde yo estudiaba), viajes vacacionales, visitas esporádicas, encuentros casuales y un embargo por manutención. Mi padre estaba... pero no. Aunque yo lo seguía idolatrando desde mi forma llena de complejos e imperfecciones.

Cumpleaños olvidados, visitas afanadas, saludos a través de la ventana de un carro, poca aceptación y una falsa idea de comunicación, tolerancia y comprensión, eso era mi padre.
Aún me cuesta tenerlo claro en mi mente, las relaciones humanas nunca son sencillas.

Con este introyecto de relaciones disfuncionales yo crecí: Introvertida, sobrepensante, predispuesta pero con esperanzas, siempre intentando entender el mundo, mi mundo.

Todas estas vicisitudes estuvieron enmarcadas es un contexto cultural machista, conservador y doblemoralista: la costa. Será por eso que yo siempre me sentí como un bicho raro y no es por dármelas de interesante o diferente, solo sentí que yo nunca encajaba, y creánme, eso de niño no es muy agradable y menos adaptativo, siempre me costó y al salir de allá tuve una leve idea de pertenencia que se esfumó a los 20 tantos pues aún sigo sin saber a dónde pertenezco.

Y volvía la dicotomía: siendo una persona que reflejaba una exacerbada introversión y pasividad (pues las mujeres en la costa están llenas de chispa, así como el culo es grande, las caderas son anchas y la piel está bronceada) me enfermaba sobremanera pensar en una mujer sumisa, que le diera plata a un hombre, que se dejara mangonear o faltar al respeto "confiada en el amor"; pensaba que una infidelidad no se perdona y muy marica la que seguía con un man que se la hacía, creía que las mujeres bochincheras y que se arrastraban peleando por un man eran una boleta pues el único objeto de odio en ese caso debía ser el tipo que faltaba a su compromiso y antes de armar lío era de damas retirarse y mandarlo a la verga. Tenía claro que una mujer jamás debe meterse con un tipo comprometido, pues es código femenino de respeto... tantas y tantas "creencias" y "deber-es ser" que la experiencia no hace más que difuminar... Un odio visceral hacia un machismo que yo misma cultivaba con esos introyectos disfrazados de empoderamiento.

Odio admitir que fui machista y que de cierta forma aún me descacho y sigo siéndolo.

Sigue siendo además una dicotomía. Reconocer las polaridades no es fácil, muchas veces avergüenzan, atormentan. Aunque ahora creo que la vida te sorprende en cuanto decisiones puedas tomar... y sigo pensando...


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